jueves, 31 de diciembre de 2015

34

LA LEYENDA

…dice El saxofonista, que ahora viaja adelante charlando con el brujo-sacerdote del templo de Nana Borokúm. Dice que los mitos son eso que nunca ocurrió pero que siempre está ocurriendo, dice. Dice que la leyenda es otra cosa. La leyenda es un murmullo en el devenir de la historia. Es un rumor, dice. El rumor que van a dejar los  acontecimientos. La leyenda es el humo del caño de escape de un automóvil que todavía no pasó. Dice que la leyenda es algo no dicho diciéndose. Se nota que El saxofonista terminó el conservatorio. El negro lo escucha con la boca abierta mientras dejamos atrás Urdinarrain, Basavilbaso y Villaguay. El brujo acelera y la leyenda es el ruido del motor atravesando estos poblados. Y vuelve a acelerar porque los brujos también hacen milagros y así pasan Guayquiraró y Goya y Desmochado y Bella Vista.       

La noche de los pantanos nos recibe de golpe, grumosa. Una realidad fijada en el lodo, en las aguas sólidas respirando a los costados. El bizco va haciendo algo inentendible con los dedos. Como si estuviera practicando una escala o rezando. Beso la boca de La giganta contándole una versión de lo que nos está ocurriendo. 

sábado, 26 de diciembre de 2015

33

VELOCIRAPTOR II


Cruzamos el puente de Zárate y vuelvo a ver al velociraptor. Corre a la par del Dodge, entre los pastizales. Está empapado como si hubiera cruzado nadando El Paraná. Es un destello verde, marrón, azulado que se mueve a los saltos, pegando zancadas, somos una presa que todavía no necesita pero que al mismo tiempo necesitará. Quisiera que el brujo acelere pero los brujos hacen brujerías, no milagros. Van charlando con El negro. El negro parece relajado y eso me tranquiliza un poco. A veces soy un fatalista. Después de todo no es más que un velociraptor, un reptil antediluviano, persiguiendo las huellas de un Dodge conducido por un brujo. De copiloto ni más ni menos que un negro cubierto con una túnica, de mierda, al que le gusta ponerse en bolas en homenaje a una deidad afroamericana. En el asiento trasero un saxofonista y un bizco. Y una giganta y yo: un linyera que no termina de saber si todo esto está pasando o simplemente delira  bajo un ceibo en la avenida de los camiones que nunca se detienen.  

jueves, 24 de diciembre de 2015

32

VELOCIRAPTOR

Por la ventanilla veo al velociraptor. Nos viene siguiendo desde que salimos de la casa del brujo-sacerdote del templo de Nana Borokúm. Al principio le resté importancia, creí  que era una visión que se esfumaría ni bien dejáramos atrás González Satán. Que era  una visión pueblerina, de alcance local. Esos sueños que se tienen en determinadas camas y en ningún otro lado. Como si los sueños tuvieran que ver con la respiración de ciertas paredes, con los materiales de la construcción, con la energía de alguien que amó u odió ese lugar. El paisaje me pone melancólico. Y la cabeza de La giganta dormida en mi hombro. Le huele a sucio el pelo. A una suciedad maravillosa. Pienso que lo sucio es lindo muchas veces y que los basurales son galerías de arte de la humanidad. Pienso que La giganta está tatuada con plásticos y escombros y descomposición y moscas revoloteando y bolsas y juguetes rotos y ropa y alambres y cartas y chapas y motores y gatos invisibles y perros que escarban buscando algo en lo profundo de las montañas de basura. Un secreto, una promesa, un lugar. Le acaricio el pelo como si escarbara. La giganta se despierta cruzando el puente de Zárate.

lunes, 21 de diciembre de 2015

31

CHINOS, MUEBLES Y FANTASMAS

Le muestro a El negro la última canción que escribí, esa que se llama Chinos, muebles y fantasmas:

“Te enamoraste una vez más del fantasma del pueblo, de seguirle tanto el rastro como  las llanuras a los coches, como la niebla entrando al bar en su rato luminoso.
Otra habitación que habla cuando vos la dejás sola, llena de secretos y cables enredados.
Una miniserie barata con alguna que otra maravilla, como cuando todavía era temprano  y jugábamos a ser chinos perdidos en América que teníamos que regresar a China  cuanto antes.
Pero siempre hay un Renault seis que nos salva cuando empiezan a moverse los  muebles interiores y ya no sabemos dónde está lo que antes seguro estaba ahí”.

El negro me dice que no la entiende. Se la explico: habla de La giganta, de El hígado, de instantes que son una neblina asiática entrando en la casa. Una habitación vacía con la última conversación rebotando en las paredes. Alguien que escribe AGUANTE RIVER  en la cueva de Altamira, Negro, de eso estoy hablando…

-No se te entiende nada- me dice.

- Habla de un Renault 6 que nos salva.

- Yo tuve un Renault

- Por eso.

- Pero no soy chino…

- Sos negro…


- no se te entiende nada… 

sábado, 19 de diciembre de 2015

30

FRASE DICHA POR EL NEGRO DE CAMINO A YACARÉ, CORRIENTES, A BORDO DE UN DODGE 1500


“…viste cómo es…de repente un esclavo inventa el blues”

martes, 15 de diciembre de 2015

29

PRODUCCIONES NANA BOROKÚM


Cuando con Las momias atravesábamos nuestro peor momento cayeron dos contrataciones. La hermana del brujo del templo de Nana Borokúm se casaba y él como regalo de bodas nos llevaba a nosotros. Una idea distorsionada de lo que es un obsequio. Puede que tuviera una mala onda con el futuro cuñado. Lo cierto es que dentro de unos días partiríamos en el dodge 1500 rumbo a la provincia de Corrientes, a un pueblito llamado Yacaré pegado a los Esteros del Iberá. Las Momias interprovinciales. Las momias del camino. Las estrellas desconocidas de González Satán atravesando el país. Yo solamente pensaba en el tiempo que pasaría sin ver a La giganta. El saxofonista dijo algo sobre El negro y ponerse en bolas. El negro dijo algo acerca de Nana Borokúm. El bizco dijo algo que no recuerdo. Y el brujo, jugando con una manzana (¿la misma de siempre?) acotó que los cuchillos de los correntinos eran los más eficaces del continente. El negro se puso blanco. Tan blanco como la túnica sucia esa, bien de mierda, que siempre se ponía. Viaje, alojamiento y comida, eran la paga. Pero antes, este jueves, teníamos show privado en el bar El hígado. Recordemos: todos los jueves, la brigada de González Satán, El dogo y sus secuaces, cerraban el bar y se enfiestaban a todas las chicas. Y ahora querían música en vivo.   

sábado, 12 de diciembre de 2015

28

LA MONEDA DE CARTÓN


Las canciones no salían, daba la sensación de que El bizco estaba componiendo con una guitarra sin cuerdas. El negro en vez de tocar la batería le rezaba a una araña aplastada en una calle que comenzaba en la vía muerta y concluía en las montañas de basura. El saxofonista intentaba hacer música frotando dos piedras. Y yo, bueno, servía las bebidas mientras soñaba a una giganta que pesadilleaba conmigo. Me estaba transformando en un linyera. Tenía el living -la sombrita de un Ceibo- en la avenida de los camiones que nunca se detienen. Esa avenida con dos direcciones, una que te salva y la otra que te condena. Pero a mí me condenaban las dos. Me quedaba un solo billete. De un lado era de 100 pesos y del otro la entrada de un circo. Cada día lo sacaba del bolsillo y lo miraba buscando nuevas posibilidades. En vano, siempre esos 100 pesos invalidados por un circo. Y acá estoy: una moneda de cartón arrojada al aire, girando y girando. Una cubetera en un refrigerador desenchufado. Pero pronto algo iba a mejorar. Quiero decir: también se mejora para peor.

jueves, 10 de diciembre de 2015

27

HOMBRE A CABALLO


Vemos pasar al tren de carga. Contamos los vagones como cuando éramos niños. La giganta está desnuda y con las piernas arriba del tablero del auto y fumando un cigarrillo. Pasa un hombre a caballo. Supongo que viene de otra dimensión y está rumbo a la siguiente. De pasada mira a La giganta. La giganta me dice que está enamorada del hombre a caballo. Que un buen día compartirá su montura y se escapará de este mundo rabioso. Comprendí que yo había sido testigo de una visión que no era mía. Habíamos compartido los ojos. Un sueño de La giganta que galopaba por González Satán, al fondo. Pensé que La giganta bien podría ser un sueño mío. Pero mis sueños están editados como si fueran pesadillas. Entonces La giganta me cuenta que El dogo ni siquiera se la coge. Que la desnuda y le recorre el cuerpo con la Thunder. Le mira los tatuajes. Le mete el caño de la Thunder en la boca. Le mete el caño de la Thunder 9 por  el culo. Lo mueve. Adentro y afuera. Abre la ventana y apunta eyaculando un disparo sobre la cara de la noche.  

jueves, 3 de diciembre de 2015

26

FALSO ÚLTIMO CAPÍTULO

Mi historia con la araña ya la saben. Eso mismo les conté a El negro y al brujo. La manzana verde se iba regenerando al mismo tiempo que el brujo la devoraba. Es mágica, me dijo El negro al oído. No, manzana- le contesté. Les conté todo lo que fui pensando mientras seguía a la negra culona. El brujo escuchaba atentamente. Les dije que me llevó hasta la plazoleta Solveig Amundsen, que vi a El dogo orinar el monumento al cuco, que me acerqué y leí un nuevo nombre. Que los gatos fueron apareciendo como luciérnagas. Que la negra culona no estaba por ninguna parte. El brujo sonriendo sacó una araña del bolsillo. Era la negra culona. Estoy seguro. Si hay algo que nunca olvido es a una negra culona. Nos miramos, la negra culona y yo. Supe que sabía más de mí que yo mismo. Traté de sacarle información. Le ofrecí un cigarrillo. La invité a cenar. Le dije que yo también comía moscas los días de lluvia. Le pregunté si todo había sido real. La negra culona con la voz del brujo me dijo que sí. El negro me preguntó cuál era el nombre nuevo escrito en el monumento al cuco.

- El mío- le contesté.    

lunes, 30 de noviembre de 2015

25

ORÁCULO

Eran las doce da la noche en punto cuando el Dodge 1500 dobló la esquina. El brujo se bajó comiendo una manzana verde. El negro y yo estábamos sentados en el cordón de la vereda de esa madrugada. Ni señales de El bizco y La giganta. El negro empezó a contar la breve e intensa aventura con su araña personal.

La historia de El negro: una araña grande como una mano grande. Atigrada y lenta  como si no le temiera a nada. Las ocho patas se movían cansinamente. No caminaba, iba pisando el mundo. El negro detrás. Anduvieron diez metros y la araña comenzó a cruzar la calle. La bicicleta del huevero la aplastó como si fuera un tomate podrido, atigrado y con ocho patas. El negro sintió vértigo. Se vio cayendo desde una terraza olvidada y recién vuelta a recordar. Se sintió una media pendiendo en el abismo, una túnica (de mierda) colgando en el perchero de la oscuridad. En realidad dijo que se cagó en las patas y después se fue a sentar en el cordón a esperarnos. Fuimos con el brujo a ver los restos de la araña: un tomate podrido, atigrado y con ocho patas, aplastado. Pulpa donde el brujo leía algo que nosotros no leíamos. Letras escritas en el idioma de Nana Borokúm, como si fueran signos que se desprendían del tomate y alcahuetearan el futuro. El oráculo era una araña aplastada por la bicicleta del huevero a mitad de una calle perdida en el culo del universo. Esperar una buena noticia era como preguntarle a Caronte si no te podía dejar, mejor, ya que estamos, en Corrientes y Callao, por favor. 

viernes, 27 de noviembre de 2015

24

LA NEGRA CULONA


Mientras iba detrás de mi araña personal pensaba en varias cosas: en mi ex-mujer, en Ozzy (el gato del que no me pude despedir cuando me separé), en el sueño que tuve con El bizco tocando la guitarra en las montañas de basura, en mi abuela y nuestra casa en llamas, en El negro y en cómo nos había convencido para realizar esta ¿experiencia? con el brujo y las arañas. Pensaba en La giganta, en su cuerpo tatuado y por un momento fui feliz. Pasó la tarde y cuando me quise dar cuenta era de noche y la araña me había llevado hasta la plazoleta Solveig Amundsen. Un perro blanco, un dogo, merodeaba el monumento al cuco. El dogo levantó una pata y orinó la estatua. Después como que escarbó en la tierra y olisqueó desafiante. Paseó la vista,  una panorámica del barrio pobre, y se alejó al trote. Me acerqué al monumento y leí un nuevo nombre. Alrededor, como fósforos que se encienden, unos cien gatos se fueron haciendo visibles. Como una constelación. Como velitas en la torta de cumpleaños de un muerto. La negra culona no estaba por ninguna parte.

martes, 24 de noviembre de 2015

23

TU ARAÑA PERSONAL


El sacerdote del templo de nana Borokúm abrió la caja y dejó salir a cuatro arañas. La mía era la negra, culona. Una araña horrible. A cada uno le correspondía una diferente. La negra, culona, empezó a alejarse. Lo miré a El bizco que estaba en cuclillas hipnotizado en su araña personal. La giganta se despidió mientras seguía a la suya, una chiquitita. Parecía ir detrás de una ironía. El negro, se limpiaba el sudor con la túnica de mierda, esa que se ponía, parado junto a una araña del tamaño de su mano. Todos nos movíamos menos El negro. Su araña privada estaba quieta, en la vereda de ese mediodía. El sacerdote del templo de Nana Borokúm tiró la colilla a la zanja y se fue en un dodge 1500 prehistórico. Antes dijo que nos encontráramos ahí mismo después de media noche. Y antes había dicho que a cada uno le correspondía una araña diferente. Y que no podíamos perderla de vista. Y que teníamos que ir unos pasos detrás por donde quiera que la condenada vaya.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

22

LAS TETAS

Tatuajes en el pecho derecho de La giganta: rodeando la areola una dentadura, afilada. Más arriba un trineo tirado por moscas subiendo la colina. Al lado, una luna cuarto menguante roja. Al costadito, unas huellas ¿humanas? bajando la colina, en perspectiva.
Hay nubes, lluvia. Y viento.
Tatuajes en el pecho izquierdo de La giganta: un arco iris que termina en el pezón, una olla con monedas de oro y una ¿duende? mostrando las tetas, también tatuadas.
Tatuajes en las tetas de ¿la duende?: estrellitas, una cruz, ¿un ojo?
Entre los pechos de La giganta hay un laberinto con un pac-man. Casi oculto hay un fantasma negro.   

Voy con los dedos uniendo los motivos y la historia que se cuenta es la más hermosa de las historias que terminan mal.

lunes, 16 de noviembre de 2015

21

TATUAJES


Nos encantaba fumar porro y esperar que pase el tren. La vía muerta cruzaba los confines de González Satán y pasaba una locomotora de tanto en tanto. Antaño, cuando esos durmientes estaban  con vida, los vagones cargueros desfilaban hasta dos o tres veces por día. Ahora, si teníamos suerte, podíamos ver pasar un tren de carga por semana. Para eso íbamos: para ver si teníamos suerte. La giganta y yo. Me llevaba en su auto, estacionábamos a la sombra del páramo, por donde no iba nadie, y fumábamos y dejábamos que el tiempo corra como un galgo cansado. La besaba y le levantaba la remera para mirar esos pechos tatuados. Me la subía encima y era como cogerse a un dibujo. Cada vez que sentía eso pasaba el tren.   

viernes, 13 de noviembre de 2015

20

DIOS ATEO


Estábamos con El negro sentados en la vereda de la Ringo Bonavena. Pasaban las nubes y la tarde, y los camiones iban atontados por el calor de otro verano satánico. El negro se limpiaba el sudor con la punta de la túnica. Una de esas túnicas de mierda que siempre se ponía. Habíamos terminado de ensayar y seguíamos poseídos por el espíritu del rock que es como decir que habíamos vislumbrado al Dios ateo. El negro se había puesto en bolas recién en el final aporreando el platillo en ofrenda a Nana Borokúm. El saxofonista, por suerte, tenía los ojos cerrados. Soplaba notas que eran vientos del atlántico sur en la guerra de Malvinas. El bizco domaba a un toro con acoplado. Me eché un trago y creí entender algo sin sentido. Ahí se me ocurrió lo del Dios ateo. Un Dios que no se cree. Ya sentados a la vera de la Ringo Bonavena le dije algo a El negro, que me contestó otra cosa y así estuvimos hasta que la noche se nos cayó en la cabeza.  

miércoles, 11 de noviembre de 2015

19

CARACOL


Pasé la infancia viviendo con mi abuela. A mis padres no los conocí y punto. Mi abuela solía decirme, para consolarme, que todos dejamos una tragedia en el camino. Mi abuela no me hablaba de las tragedias que estaban por venir. Porque no conocía el futuro. Y si lo hubiera conocido tampoco me hubiera dicho nada. Nunca supimos cómo se originó ese fuego que nos dejó sin casa. Recuerdo que mi abuela intentaba vencer a las llamas con el mismo baldecito con que regaba las plantas. Parecía querer regar el fuego. Yo estaba intoxicado por el humo, era mi primera aventura con la droga. Pasó el tiempo y dejé atrás esa casa incendiada. Pasó el tiempo y no dejé una mierda atrás, abuela. Soy un caracol que se arrastra cargando su guarida en llamas. 

lunes, 9 de noviembre de 2015

18

EL CUCO


En la plazoleta Solveig Amundsen hay un monumento inentendible que bien pudiera homenajear a los bomberos o al cuco. Alguien se encargó de escribirle, con  la punta de algo, el nombre de los pibes muertos por la brigada. La lista le da vuelta al monumento y se va completando casi mágicamente. Dicen, también, que a veces hasta se adelanta. Aparece tallado el nombre de alguien que todavía está vivo, pero que aparecerá baleado, en una zanja, dentro de un par de horas. Eso se dice y es difícil de comprobar. Cuando no tengo nada que hacer, casi siempre, y estoy pasado, me pego una vuelta por la plazoleta Solveig Amundsen y releo los nombres. Como si pasara lista en el aula de los pibes baleados. Y esos ladrones dan el presente, dice nuestra canción. Esa que se llama: El monumento al cuco.

sábado, 7 de noviembre de 2015

17

EL DOGO Y LA GIGANTA


El dogo era el capo de la brigada de la comisaría 5. Nunca se supo a ciencia cierta cómo llegó a González Satán. Rumoreaban que un mal embrollo de los años 70 lo trajo a esconderse en este pozo ciego del mundo. Los otros 3 integrantes de la brigada no tenían nombre. O se hacían llamar de mil maneras, que es lo mismo. Todos los jueves cerraban el bar El hígado y se enfiestaban a todas las putas. Las putas odiaban los días jueves, no por anti-canas sino porque no cobraban un mango. Una noche La giganta, una atorranta hermosa y altísima con el cuerpo todo tatuado, harta de que la orinen y le hagan meterse la Thunder 9 en el culo se tiró por la ventana. La giganta era una sobreviviente de las mil y una noches así que no la iba a liquidar la altura de un primer piso. Pasó unos meses en el hospital. El dogo, encajetado,  le llevaba flores. La giganta quería ser gato. Y pasar al modo de invisibilidad.  

miércoles, 4 de noviembre de 2015

16

ROMPECABEZAS

Cada vez que tengo que armar el rompecabezas la primer pieza es alguno de los mariachis de El acantilado. La última suele ser un colchón en el suelo del primer piso del bar El hígado. En el medio hay un huracán, un agujero negro, un incendio. Un incendio, pienso, y ya me quema. Una parte de mi vida se resolvió con un incendio. A veces pienso que todavía estoy envuelto en llamas.

Todo incendio tiene un antes y un después. Todo incendio se lleva y deja algo. Por ejemplo se llevó la casa de mi infancia y a cambio me dejó algunas pesadillas. Se llevó a mi muñeco pero me lo devuelve, cada tanto, en algún sueño.

lunes, 2 de noviembre de 2015

15

LAS MONTAÑAS DE BASURA

El bizco tocaba la guitarra sentado en un caño sobre una de las montañas de basura, no podía enchufarla en ningún lado pero así y todo sonaba eléctrica y con volumen. Lloviznaba. Lo miraba desde abajo, como si él estuviera en un altar. Tocaba un clásico pero yo no podía recordar cuál era. Como si mi oído y cerebro y corazón ya lo hubieran reconocido. Pero yo no. Una sensación rara. Las ratas correteaban por ahí y el cielo tenía los colores del fondo del abismo. De repente asomándose entre los desperdicios reconocí a un muñeco de trapo que había sido mío. Mi juguete favorito durante toda la infancia. Era imposible porque se había incinerado en el mismo incendio que nos había dejado sin casa. Pero ahí estaba. Al tiempo que lo levantaba me puse a llorar.

Algo me decía que eso no estaba pasando, que solamente era un sueño. El muñeco de trapo me guiñó un ojo y entonces desperté. Había dormido dos días seguidos porque previamente estuve tres días sin dormir. Un buen negocio, pensé, cuando pude armar el rompecabezas. 

sábado, 31 de octubre de 2015

14

POTENCIA NARRATIVA

La carlita había irrumpido en el mundo por el mismo canal por el cual, en un lapso de 12 horas, habían pasado 97 hombres. Bueno, en honor a la verdad solo una parte de esos 97 hombres. La parte por el todo, una sinécdoque, me decía El saxofonista y yo no le entendía ni mierda. Me lo quiso explicar hablándome de Drácula y de Aliens. Parece que en la novela del conde Drácula, el vampiro aparece en unas 15 páginas de las 400 y pico que son en total. En las otras se lo sugiere: una ventana abierta con las cortinas ondulando,  una sombra perfilada en el pasillo, un susurro detrás de la pared. Con “Aliens, el octavo pasajero”, pasa algo similar. Al bicho se lo ve en unos pocos fotogramas en dos horas de película. El resto son babas ácidas atravesándolo todo y  movimientos veloces escapándose de nuestro ojo. Y este recurso potencia narrativamente la historia, según El saxofonista. Nos interesa e intriga más lo que vemos parcialmente que lo que se nos muestra de una. O algo así. La que sí tenía potencia narrativa, o algún tipo de potencia, era La carlita fuera una sinécdoque o no. Para los que la conocimos era un ser mitológico venido desde la legendaria concha de su madre.

viernes, 30 de octubre de 2015

13

LA REINA DEL GANG BANG


La carlita era la hija más linda de El negro. Y El negro tenía tres esposas, y más de 20 hijos. Creo que Carlita era la quinta hija de su segunda mujer. La segunda mujer de El negro laburaba en el primer piso del bar El hígado. Fue la puta más buscada de González Satán durante la primavera de ese año. Después, como todo, pasó de moda y las dominicanas manosearon nuestros corazones asmáticos durante bastante tiempo. Ahí formalizaron la relación, la segunda mujer de El negro y El negro. La segunda mujer de El negro era conocida como la reina del gang bang. Hicieron una película y todo. Ella sola se bajó a 97 tipos. Los tipos iban desfilando por un pasillo desnudándose de a poco haciendo comentarios a cámara. De qué laburaban, si hacían deporte, si creían en la paz del mundo. Luego subían en ascensor hasta un escenario que era una cama gigantesca. La reina del gang bang los esperaba en cuatro, como si fuera un animal y le estuvieran llevando alimento. Los tipos, algunos más dotados otros menos, se iban acoplando en todos los orificios como si fuera un tetris. Hacían lo suyo y salían. Satisfechos de haber cumplido un deber. Sabiéndose partes de algo mayor, de una mística que no terminaban de comprender pero que los enorgullecía. Al final de la película los 97 tipos brindaban  con la reina del gang bang, la que sería después la segunda esposa de El negro, y la abrazaban, riendo, dichosos. Me los imagino volviendo a sus casas y contándoles la aventura a sus amigos. No sé qué habrá hecho la reina del gang bang después de eso. Se habrá pegado un baño e ido a dormir. Supongo. 

jueves, 29 de octubre de 2015

12

MILAGROS ECONÓMICOS...

Cuando ya estaba convencido de que los dioses de El negro eran dioses rarísimos, recordé al Dios más común y a su hijo, ese flaquito de barba como pibe de este barrio, ese que hacía levantar y andar a un tal Lázaro cuando le daba la gana y que fue crucificado y resucitado y llevado al cielo. Eso era bastante raro, también. Más si pensamos que en la misa de domingo todavía se comen su cuerpo y se beben su sangre. Y todo con una naturalidad que abruma.  Todo eso de Nana Borokúm ya no suena tan extraño.

El saxofonista me dijo una vez que no le parecía milagroso que el hijo de Dios haya resucitado, después de todo era el hijo de Dios, ¿no? Milagroso hubiera sido que resucite la mujer del carnicero de la esquina o ya que estamos y podemos elegir que resucite La Carlita
11

NANA BOROKÚM...

El negro me hablaba de los orixás puros, me hablaba de los elementales, de San Jorge y San Damián, de una interminable travesía en barco, de dioses congelados como si estuvieran en un freezer, como si fueran latas de conservas que por nada del mundo tenían que descongelarse antes de llegar al puerto, en la otra punta del globo, más allá del nacimiento de las nubes, más allá de los ígneos y de los telúricos. Me contaba de un cuerpo base de otros cuerpos, de Xangó y los truenos tutelares, de Iemanjá hermosa como las olas encrespadas y los atardeceres contaminados en el mar, de los esclavos emergentes. Me hablaba de todo eso, El negro. Los ojos le brillaban como un día resaltado con flour en el almanaque.
-Para mí que ese camión lleva tocino- lo interrumpo. No sé qué es el tocino me dice El negro. Y retruca: para mí que ese camión lleva a un animal prohibido por la selva.
El negro está totalmente loco. Cree en dioses rarísimos que lo obligan a usar esas túnicas de mierda. Él dice que no toca la batería sino que busca el ritmo sagrado, que cuando llega al transe dialoga con Nana Borokúm. Y Nana Borokúm lo quiere desnudo como cuando nació. Imagino la cara del saxofonista si escuchara esto. Nana Borokúm, nombre de bailarina. Nana Borokúm, nombre de pantera. Lindo nombre para un buque de guerra: el Nana Borokúm.

Lindo nombre para la mujer más vieja y aún no nacida, como dice una de nuestras canciones. Esa que se llama: Nana Borokúm.
10

MARIACHIS EN EL ACANTILADO...


Mi itinerario era el siguiente: del bar El hígado hasta la salita de ensayo de la calle Persia, frente al lagañoso hotel París. De ahí, dependiendo del ánimo, visitaba a unos mariachis de El acantilado. El acantilado es la villa más grande de González Satán, lindera a las montañas de basura. Los mariachis, como su nombre lo indica, son unos gordos caracterizados que hacen música mexicana. Unos mierdas, la verdad. Pero aparte de destruir orejas también atentan contra las voluntades: son transas. Venden una cosa cortada que los convierte, más que en transas, en estafadores. Pero El saxofonista tenía una teoría (que no sé de dónde habrá salido) que decía que todo lo existente era imperfecto y tenía su versión ideal en otro mundo, el mundo de las ideas. Lo que yo entendí fue que en nuestro mundo todo está cortado, rebajado. Por ejemplo: está mi mujer pero también existe mi mujer ideal e inalcanzable. Y esa nunca me hubiera olvidado. Estamos Las momias y también Las momias que afinan y todo. Los camiones que se arrastran por la Ringo Bonavena y los otros camiones, deslizándose por autopistas como si patinaran sobre hielo. El bizco nuestro y El bizco ajeno que, por ejemplo, fue al conservatorio. Una parrillada sin molleja y una parrillada con molleja. La falopa que tiran los mariachis del acantilado y la que esnifa Dios con el billete de un millón de dólares.   
9

GATOS INVISIBLES...


Resulta que El bizco…pero no, voy a esperar un poco más antes de hablarles de El bizco. Les contaré de mí (después de todo soy el narrador): una borrachera me iba llevando a la otra, y así andaba yo, borracho. Entonces recordé que tenía hogar y esposa y di un par de vueltas por calles que me sonaban, que me parecían conocidas hasta dar con la esquina de mi hogar. Cuando yo recordé que tenía esposa, ella había olvidado tener marido. Es más: había recordado a un ex-novio. Irónicos mecanismo del olvido y la memoria. Así que junté algunas cositas, más simbólicas que necesarias, las metí en una bolsa de consorcio y me mandé a mudar. Lamenté no haberme despedido del gato, al que llamábamos Ozzi, pero no estaba en su modalidad visible. González Satán es un territorio perro friendly por lo cual los gatos, gracias a su instinto de supervivencia, gracias a la dinámica de la evolución de las especies, adquirieron el don de la invisibilidad. De todas maneras los perros los presienten y es muy común ver perros corriendo furiosos detrás de la nada. Yo no corría. Caminaba. A cada paso dejaba atrás pequeños horizontes. Caminaba rodeado de gatos invisibles, pero como no soy perro no podía darme cuenta.    
8

LOS REYES LEPROSOS...

Tipo cinco de la tarde, con exactitud londinense, por la avenida Ringo Bonavena pasaba un camión llevando huesos, grasa, vísceras y otras pestilencias. Las llevaba a cielo abierto dejando a su paso  una ráfaga de olor inmundo. Iba un tipo separando, cuchillo en mano, lo que servía de lo que no, trepado a la caja. Parecía increíble que alguna de esas porquerías pudiera servir para algo. Pero ese era un misterio más de los muchos misterios que cruzaban la avenida. El negro decía que ese camión existía realmente en el mundo medieval y estaba llevando restos de un leprosario a otro. Y le hicimos una canción, esa que se llama “El camión del leprosario” y dice algo así como que “de un leprosario a otro marcha el camión por la avenida sin parar y lo observan los ancianos porque saben que los misterios también tienen el olor de los huesos y la grasa que las muchachas ya no sacan a bailar…”

La letra es mía pero la firmamos juntos con El negro. Es una canción triste que termina diciendo que todos somos reyes leprosos y que vamos a ir a parar al camión tarde o temprano. Es divertida, también. Depende de cómo se mire. 
7


UN SOL PARA LAS MOMIAS...

En el cumpleaños de 15 de Carlita, la quinta hija de El negro, Las momias hicieron su mejor actuación. La conexión fue total, y más allá de lo musical (que nunca fue nuestro fuerte) tuvimos una solidez y una frescura y una agilidad y una energía inimaginable para una momia, el mismísimo Tután Kamón nos aplaudió desde el fondo maldito de su pirámide maldita. Todos los miembros de la banda y la abuela de Carlita juramos escuchar esos malditos aplausos. Y los pendejos quedaron locos. Y las pibitas nos pedían fotos. Tocábamos el cielo con las uñas. El cielo bajito de la sociedad de fomento Arturo J. Rimbaud, un cielo hermoso. Porque el único cielo existente es el que podemos arañar. Y les cuento que ese cielo era suavemente áspero, con telitas de araña armando constelaciones, con agujeros negros en las manchas de humedad y con un globo de helio de una fiesta anterior, de un festejo antiguo, resplandeciendo en un ángulo del techo como un sol violeta y algo desinflado, el sol que ilumina y cuida a Las momias y a la Carlita, la quinta hija de El negro que festejaba sus 15 años esa noche inolvidable.    
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SÁNGUCHES O PALOMAS...


Hubo una época en la que El negro venía a la salita de ensayo de la calle Persia con una bandeja con sánguches de miga. Hacía unos meses le había festejado el cumpleaños de 15 a su hija, Carlita, y le habían sobrado. Estaban ya medio duros y con un gustito a  rancio, pero El negro les pegaba una calentada y los traía. Nos encantaban. Era común que El negro tuviera un sánguche de miga en el bolsillo fuera donde fuera. Podíamos estar yendo a comprar un palillo para la batería y de repente se escarbaba en la túnica, en uno de esos bolsillos profundos como cuello de jirafa y sacaba un sánguche. Parecía un truco de magia. Era como si aquellos sánguches fueran palomas aparecidas, como si dentro de esas túnicas de mierda El negro tuviera una fábrica de sánguches de miga. O de palomas. Ese negro sí que era un hijo de mil puta.
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LA RINGO BONAVENA...

La avenida se llama Ringo Bonavena, en honor a un boxeador peso pesado de antaño. En algún momento con El bizco pensamos ponerle Ringo Bonavena a la banda. Pero nos iban a confundir con la avenida. Ya nadie recuerda que Ringo Bonavena fue un boxeador. Lo que antes representaba a un boxeador torpe y valiente, o mejor dicho: valiente y torpe, porque una cosa lleva a la otra y no a la inversa, ahora representa asfalto quebrado que une este andurrial con el siguiente. Más allá las montañas de basura y más más allá el campo y más más más allá el infinito.

Nos llamamos Las momias, porque el hard-rock nunca pasa de moda y los boxeadores sí. Puede que no sonemos en las radios, pero los boxeadores tampoco. No hacemos música para la radio: la hacemos para lo boxeadores. Aunque nunca nos escuchen. La hacemos para los pistoleros. Aunque nunca nos escuchen. La hacemos para los que despiden del laburo. Aunque nunca nos escuchen. La hacemos para las mujeres que saben escupir y esas sí que nos escuchan. En González Satán las mujeres saben escupir y escuchan Hard-rock. Somos el semillero de las morochas más lindas del mundo.
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LOS CAMIONES


La avenida tiene dos manos separadas por un bulevar. Da la sensación de que una de las direcciones te salva y la otra te condena. Ni El negro ni yo sabemos cuál hace cada cosa. Estamos sentados en la vereda mirando los camiones. Esta es la avenida de los camiones con acoplado que nunca se detienen. Llevan vaya uno a saber qué cosa de un lado a otro. Como si estuvieran boludeando. Nos da el sol otoñal en la cabeza y nos creemos felices. Lo miro a El negro y estoy a punto de decirle en tono de reproche que salga desnudo a la calle, también, si es tan cocorito. Una palabra que atrasa 50 años. Cocorito. Le paso la botella de cerveza y El negro toma y me la devuelve. Pucheamos en silencio. Nos fascina esta avenida que te salva o te condena. Jugamos a adivinar qué transportan los camiones. El negro dice que el que está pasando ahora, ese cascajo rojo óxido, lleva pescado. Me causa gracia. Le digo que no, que seguramente lleva metales pesados y combustión. El negro se ríe. El negro se ríe siempre. Tiene una dentadura perfecta, como si día tras día se fuera renovando sola. Y entiendo que si todos tuviéramos esos dientes también le sonreiríamos hasta al comisario.
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COMO PERRO SIN VACUNAR 


Hacemos un hard-rock del bueno, del bien pasado de moda. Nos llamamos: Las momias. Y paradójicamente si hay algo que nunca pasa de moda son las momias. Son el pasado permaneciendo. Visible, palpable. Horroroso y decrepito. Decrepito, como todo pasado. Horroroso, como todo futuro. El presente en cambio es un perro que se fuga, un perro enfermo, terminal. El perro sin  vacunas en el país de la rabia. Así dice una de nuestras canciones. La letra es mía. Y trata de eso, de que todos andamos sin vacunar por el país de las enfermedades. Esa es la letra favorita de El bizco. Voy a esperar un poco antes de hablarles de El bizco, sólo diré que es el guitarrista y que también es pelado. Y pensándolo bien, su apodo podría haber sido El pelado. Pero al parecer preferimos resaltar su otra característica. Como si no dijéramos una cosa por otra, o algo así. El bizco es el mejor guitarrista del barrio. Y este barrio también forma parte del cosmos.
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Y ASÍ PODRÍA SEGUIR...


No es fácil mantener una banda de hard-rock en el González Satán, pleno conurbano del siglo XXI. Pero no existe nada que sea fácil, lo que se dice fácil, por estos lugares. Así que eso no es problema. El problema es que si a difícil le sumamos ponerse en bolas porque sí, y si además le agregamos un saxofonista, decente, que se prende y apaga como un velador histérico… esto no se lo dije. Claro. Lo podía tomar a mal. Lo que sí le dije es que se dejara de joder y si no le gustaba que el negro tocara desnudo que no lo mirara y listo, así de sencillo. Me observó con lástima y piedad. Un cóctel fatal. Estuve a punto de retrucarle que podíamos seguir tranquilamente haciendo hard-rock sin saxo (un delirio, nosotros éramos ese saxo) pero no lo hice y en cambio me bebí de un trago su desdén piadoso y lastimero. Hola, me llamo Tal y bebo lo que me pongan a tiro. Mucho gusto, no, el gusto es mío. 
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PODRÍA EMPEZAR ACÁ

No era lo usual tocar junto a un negro en bolas dandole a la batería. Al principio todo era lo imaginado: nuestras esposas eran insoportables y el hard-rock y la bebida nos ayudaban a respirar. Respirábamos los sábados a la tarde en la salita de ensayo de la calle Persia, frente al hotel París, el mejor de los peores hoteles de este mundo. Aflojarle el cinturón al cerebro, eso hacíamos en la salita de ensayo. Pero El negro empezó a ponerse en pelotas. Porque le gustaba tocar así. Desnudo. Y le daba a la batería mostrando los dientes blancos en una sonrisa de vendedor feliz. De vendedor que ha vendido todo y se ha retirado a tocar, en bolas, hard-rock, frente al peor de los mejores  hoteles de este mundo. La empezó a complicar el saxofonista, un tipo que era como un poste de luz en pleno día. Se sentía raro tocando con un negro al costado de la ropa. Argumentamos cosas africanas, una princesa ciega y un león y, nadie sabe por qué, también un coco. No hubo caso, o el negro se vestía aunque más no fuera con esas túnicas de mierda o el saxofonista se mandaba a mudar como un palo de luz apagándose de noche. Ahí nos dividimos: algunos a favor del negro y sus excentricidades y otros en contra del negro y sus excentricidades. Hicimos silencio y nos miramos, uno por uno. El negro se puso una de esas túnicas blancas, de mierda. El saxofonista empezó a soplar, a susurrar. Una melodía increíble, parecía estar inventando a las rubias. Serví más bebida. El sol destellaba por todas las ventanas que no tenía aquel sótano. Veíamos una luz que nunca había sido nuestra. Cuando la banda ya volaba en un tractor, va el negro y hace su gracia. Todo estaba terminado. El negro había vendido el auto que no debía vender. El saxofonista puso violín en bolsa y desapareció. Estábamos a oscuras. Yo serví bebidas. Sabía cuándo era el momento: siempre.