sábado, 30 de enero de 2016

41

LA GUERRA

Parece que en esta guerra siempre llueve. Comparto la trinchera con un negro, al que le encanta desnudarse, un bizco y un saxofonista. Todos le salvamos la vida al otro con el correr de las escaramuzas. Hace días estamos aislados del resto de la avanzada. Nuestro teniente, un tipo parecido a un brujo de otro tiempo, desapareció en la maleza y nunca regresó. Cada tanto lo sueño dándome indicaciones, gestualmente, como si fuera un mudo. O como si cerca de él hubiera alguien que pudiera escucharlo y no debiera. Lo último que me ordenó fue que tomáramos el puente esta misma noche. Sí o sí. Se lo comuniqué a mis compañeros. El puente conducía a una isla cruzando un canal. Caía la tarde como un boxeador obeso y el juez contó hasta mil. Nos pusimos en camino. Somos los soldados más pobres de esta guerra inentendible. Somos soldados y no es necesario que entendamos sino que obedezcamos ¿Pero quién es solamente una cosa? Lo miro a El Bizco. Hace algo raro con los dedos de las manos. El monólogo de un sordomudo. Lo miro a El Negro que mordisquea una raíz mientras sostiene un hilo con el que le ató una de las ocho patas a una araña inmensa. La lleva como si fuera un perrito. El Saxofonista camina adelante despuntando con el violín la maleza. No hay alternativa: nuestro ejército necesariamente debería perder esta guerra. Reconocer a nuestro enemigo es muy fácil: cualquiera que se nos cruce. Tenemos dos misiones: tomar el puente y permanecer con vida.
Llegamos al puente junto a un amanecer que se despierta como un boxeador obeso en la cama de un hospital. Y pregunta por qué todo le duele tanto y piensa en cambiar de profesión. Una mujer rubia entra en la habitación y lo mira como si ya no lo quisiera.              

El puente colgante, hecho con maderitas, se recorta en contraluz. Comenzamos a cruzarlo. El boxeador cierra los ojos, agarra un palo, largo y pesado, y apareciendo gigantesco en la otra punta nos dice: este puente es mío y ya estoy cansado de perder. 

lunes, 25 de enero de 2016

40

YO ESTUVE CON LA REINA DEL GANG-BANG


Les cuento un secreto: yo fui uno de los 97 tipos que estuvo con la reina del gang-bang. Si algún día ven la película soy el número 43. Ese que mientras espera su turno dice que su sueño es tener una banda de hard-rock y que le sucedan cosas alucinantes. Me voy sacando la camisa y el jean, las medias. Una productora me da una pastilla y un vaso de agua y me baja el calzoncillo. Esta parte no se ve en la película. La productora me agarra los huevos y dándome una palmada en el culo me dice que suba al escenario. Esta mujer hace muy bien su trabajo, pienso, al tiempo que la erección es total. Camino por la cama gigantesca. La reina del gang-bang, en cuatro, se la chupa a un pelirrojo mientras un cristiano, desde abajo, se la mete por la concha. No quedan dudas sobre lo que tengo que hacer. Entro. La reina del gang-bang está haciendo deporte. Lo miro al pelirrojo y estoy a punto de preguntarle cómo anda. Tenemos prohibido hablar. Acabo en 4 minutos y medio. Fue como haber estado con una maquina o un animal o, bueno, perdón por la comparación, fue como haber estado con el mar. Me dieron 500 pesos, brindamos y a otra cosa. Nunca se lo conté a El Negro y espero que ninguno de ustedes lo haga… ¿Para qué? 

lunes, 18 de enero de 2016

39

FAR WEST

La noche del desierto nos recibe magnética, imantada. Hace ya tres días cruzamos el  Río Bravo y cuando amanezca, si los cálculos no fallan, nuestra carreta llegará a González Patán, Texas. Beso la boca de La petisa contándole esta versión de lo que nos está ocurriendo. Somos Los Mohicanos y tenemos que tocar el jueves en El Riñón, el cabaret de las pecosas. Las pecosas son tres hermanas pecosas. Son las tres putas más lindas del universo. Estar con ellas cuesta un ojo de la cara. González Patán tiene, según el último censo, un 40% de su población masculina tuerta. Tuerta y feliz. El Negro le da a las riendas, el tiempo se acelera y estamos en nuestra habitación del primer piso del cabaret. El Bizco duerme, El Saxofonista limpia su instrumento: un violín. El Negro, en bolas, plancha su túnica. Una túnica blanca, de mierda, que siempre se pone. Y yo miro a La Petisa que está mirando a El Negro mientras pinta sus uñas de verde. Con nosotros vino también un brujo, pero no queda claro para qué. Optamos por no prestarle atención y él hace lo mismo con nosotros. Pasamos la tarde como moscas pegadas a un vidrio. Se hace de noche y antes de salir al escenario La Petisa me dice que si termino la noche con un ojo menos me pega un tiro. Me muestra la pistola. La chupa con la punta de la lengua. Qué petisa divina.
El salón está en completa oscuridad salvo el escenario que está iluminado por unas luces rojas, amarillas. Nos presenta un tipo gordo y tuerto. Y ahí nomás empezamos con nuestras rancheras. Canto sobre el viento de la llanura. Sobre un espíritu. Sobre el  destino con forma de araña culona. La gente aplaude y baila. En el intervalo me acerco a la barra y un parroquiano, al que le faltan los dos ojos, me invita un trago. Me dice que el gran problema de su vida fue haber tenido dos ojos nomás. Y que las pecosas sean  tres. Le pregunto si realmente valió la pena. Me dice que sí. Que ahora simplemente espera que le crezca un ojo en algún lado, me dice y larga una carcajada. El ciego feliz. Pienso en el tercer ojo, el de la sabiduría. Me recorre un escalofrío cuando veo a una mujer altísima subir las escaleras, seguida por un perro blanco, rumbo a las habitaciones. Algo mareado trepo al escenario y terminamos nuestro show. El Negro se desnuda y alguien tira un tiro y las putas exclaman como si hubieran visto a Cristo. A Cristo desnudo. Después de eso cada uno busca su aventura. A las pecosas no las voy a describir porque con el lenguaje no se puede.    
Fue una noche rara. Lo poco que recuerdo es que, sin motivo aparente, le pegué un tiro al perro blanco que había visto subir junto a la mujer altísima. Un tiro en el costado.

Al amanecer huíamos de González Patán. Después de aquel viaje a La Petisa también le decimos La Tuerta.

viernes, 15 de enero de 2016

38

UNA VIDA MÁS

La noche de los pantanos nos recibe de golpe, grumosa. Una realidad fijada en el lodo, en las aguas sólidas respirando a los costados. Beso la boca de La giganta contándole una versión de lo que nos está ocurriendo. Esa en donde El bizco se ofrece a manejar y le digo que no, que mejor no, que mejor siga haciendo esos movimientos raros con los dedos. Con el Dodge bien despierto agarramos la curva de las ovejas que nos miran pasar como si ya nos conocieran.
Mientras se escabulle en la guantera, la negra culona me saca la lengua.

Llegamos a Yacaré, Corrientes, con una vida menos. Pero eso sí: con una vida más.

viernes, 8 de enero de 2016

37

DEAD


Con El bizco al volante cruzamos la llanura. Es mediodía, hace calor y todos duermen. Incluyendo a El bizco. La curva nos esquiva y el Dodge sigue de largo. A los tropezones, rebotando como una pelota de basket, se mete a toda marcha entre el ganado. Una oveja traspasa el parabrisas y aplasta la cabeza del brujo. El negro se muere enroscado en la túnica, semidesnudo y Nana Borokúm lo espera, ansiosa, hambrienta, en el infierno. La giganta muere de a poco, como si estuviera soltando lentamente, a disgusto, algo. El pelo en la cara. El cuello roto. El saxofonista salió disparado por la ventanilla y ahora es un muñeco enredado en los cardos. En unas horas vendrá un pájaro negro y le comerá los ojos. Pero eso no puedo saberlo porque ya estaré muerto para entonces. El sueño de Las momias triturado en un Dodge entre el ganado ovino. ¿Qué mal le hicimos al mundo? Si solamente éramos una pequeña banda de hard-rock. No nos merecíamos este final. Pero la pradera no discrimina a los buenos de los malos. La tierra no tiene contemplación. El bizco está maldito. Se me entrecierran los ojos cuando veo a mi araña, la negrita culona, salir del auto. Se aleja bajo el sol a esconderse en un agujero. Por la noche cenará bichitos provincianos. Una lágrima se me traba en el ojo y cuando empiezo a morir veo que estamos nuevamente en carrera cruzando el puente de Zárate. Como si fuera un juego y hubiéramos retrocedido cien  casilleros. Esto es joda, pienso antes que vos. Pero estoy contento. La muerte nunca es una opción.

miércoles, 6 de enero de 2016

36

AJEDREZ

Lo que había empezado como una defensa siciliana, termina en un atraco, en una carnicería, en un robémonos el fuego. No paraba de llover por la banda lateral y los peones se arrastraban en el barro. Una pieza centralizada ilumina, desconocida, bajo el único árbol del tablero. Uno artrítico, en contraluz. Enfermo. Ninguna guerra fue más triste. La Reina deja caer su ropa. Así y todo ninguna guerra fue más triste. Un alfil negro apaga el cigarrillo con los dedos. Y El Rey, el medieval, el Dios chiquito, sigue el rastro de la ropa por el piso hasta la alcoba. Las piernas de La Reina son dos ríos hondos. Una torre se desmorona y varios peones blancos mueren aplastados. Otro caballo agonizante. La Reina va desvistiendo a El Rey, quien tiene todo lo necesario para serlo. Cuando le agarra la pija, La Reina se transforma en rey por un segundo. Cruza la rata, la sombra bubónica, los salones internos de la fortaleza…

…y así siguen hablando los tatuajes en la espalda de La giganta, bajo la ducha. Le paso el jabón por la nuca cuando se levanta el pelo. Nada mejor que ducharse en un baño desconocido. Nada mejor que bañar a La giganta en un hotelcito rutero. Nada mejor que estar acá y encontrarme a mí mismo en los dibujos. Verme en esa guerra ajena, en ese reino que cae mientras sus reyes cogen: soy ese, ¿no ven? el que está meando, impávido, sobre una de las murallas externas del castillo.         

lunes, 4 de enero de 2016

35

EL LUGAR EXTRAÑO


Era un viaje largo hasta el Yacaré correntino (tengan en cuenta que esto ocurrió hace algún tiempo que no especificaré. Es lindo no saber cuándo pasaron las cosas) y tuvimos que hacer noche en un punto ciego del mapa. No era ni Entre Ríos ni Corrientes. Una zona de potestad indefinible. Un hotel, una habitación para todos. Una cena y un desayuno. Grillos, llantos de un bebé, gallos. Un lugar extraño. Salgo a dar una vuelta por la noche. A perderme en la oscuridad colgando de la mano de La giganta, como un barrilete a ras del suelo. Tres casuchas bordeando la plaza. Una capilla dedicada a la virgen del hambre. La ruta, puntos suspensivos. Monte. Senderitos. Las ranas mezclándose con las estrellas. Este lugar no existe, pienso y La giganta ya no está. Detrás de mí presiento al velociraptor. Lo veo. No me presta la más mínima atención.  Está pastando, como una vaca. Simplemente hermoso bajo esta luna.