lunes, 29 de febrero de 2016

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YACARÉ

Yacaré, Corrientes, era un poblado fantasma. Una aldea en ruinas asediada por  pantanos y todas calles, barrosas, dando a una ciénaga. Las casitas mudas igual que la plaza principal. La iglesia desmoronada con la mitad del campanario hundido en el  fango. Dejamos el Dodge 1500 bajo un árbol artrítico y ensimismados recorrimos el lugar. El brujo nos guiaba. Parecía aturdido. Como si estuviera buscando explicaciones en un sueño soñado hacía un millón de años. Cada tanto aparecían huellas desconocidas, profundas, afiladas. Exclusividades de esta patria, de este polo magnético de Nana Borokúm. Vimos un yacaré azulado haraganear bajo un arbusto. El brujo se le acercó e intercambiaron opiniones. Hicimos una fogata pegada a unas vías y nos dispusimos a pasar la noche. El Negro, inquieto, miraba de reojo al yacaré. El Bizco tocaba una canción gitana en la guitarra y El Saxofonista cocinaba unas batatas. Con La Giganta fuimos a dar una vuelta. Caminamos en silencio, de la mano. A salvo de todo ¿pero a salvo de qué?      

Detrás y al fondo de muchas cosas, en la oscuridad total que permanece cuando ya no queda nada, vimos a una tortuga gigante. Reconocimos a la tortuga que sostiene al mundo. Descansaba respirando quieta en la penumbra. Y supimos que hay momentos en que al mundo no lo sostiene nadie.  

viernes, 26 de febrero de 2016

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EL TALÓN DEL BIZCO

Lo primero que le preguntamos fue para qué corno se había comprado un talón si él ya tenía los dos suyos. Contestó que quería ese talón. El de Aquiles.
Entonces argumentamos que adquirir el talón del héroe griego es adquirir un punto débil. Y encima ajeno, porque el talón de Aquiles es el punto débil de Aquiles y no de El Bizco. El Bizco, en tal caso, tendría que buscar su propia flaqueza personal ya sea empeine,  hombro o rodilla. O bien: insomnio, paranoia o mala fortuna. Se lo quedó pensando un poco y al fin dijo que él quería la flaqueza personal de Aquiles. Le dijimos que en honor a la verdad ese talón podría ser de un pescador o de un albañil, después de todo los gitanos son unos estafadores. A El Bizco eso no le importaba. Para él era el talón de Aquiles porque había pagado por el talón de Aquiles.
¿Y dónde lo vas a poner? 
En la mesita de luz. Así lo veo apenas me despierto. Un talón simbolizando un punto débil. Es el primer paso para entender que los seres humanos entonces somos puro talón.

Era una linda nochecita de otoño en González Satán y los camiones pasaban llevando y trayendo cosas. Las montañas de basura, al fondo, humeaban más de lo habitual y El Bizco tenía una teoría. Y tres talones.

lunes, 22 de febrero de 2016

viernes, 19 de febrero de 2016

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ZAIRE MONOBLOCK


Íbamos a buscar respuestas al Zaire monoblock. Un complejo habitacional titánico construido años atrás por un gobierno popular, ahora en desuso por peligro de derrumbe. Íbamos a buscar respuestas similares a preguntas torcidas, a definiciones oblicuas, a puntos suspensivos que incluyeran una explicación. Eran diez pisos de peligrosidad y tristeza. Eran diez pisos, cuatro nudos, un pantano derivando en las montañas de basura y un arroyo entubado y desentubado, a cielo abierto, espejeando la noche miserable y bella, oliendo a animales muertos y a peces inexistentes. Íbamos, pero iba yo solo, pero siempre íbamos. El brujo nos conducía desde una guerra anterior, perdido en la maleza. Y cruzamos la puerta de entrada y una sirena muda se disparó denunciándonos. Desde el subsuelo se desprendía un vaho que delataba a un zoológico en estado terminal. La penumbra perpetuaba humedades del otoño largo, sulfatado. Una enredadera se extendía tumoral desde el hueco del ascensor y recorría la arquitectura levantando la losa y agrietando los cimientos. Una metástasis de la naturaleza resentida que tarde o temprano devoraría esta capital, esta embajada de todo lo fallido. Un paredón decía algo sobre personas que desconocíamos. Prometía una venganza. Avanzábamos lentamente como si fuéramos una oración dicha sin prisa. Al fondo del corredor principal, un patio y un niño esparciendo puñados de moscas para alimentar a las gallinas. Una maldición que actuará mil años. Doblamos por un recodo y leímos en  un cartel rutero: BIENVENIDOS A YACARÉ, CORRIENTES. Al fin, pensé. Había sido un viaje largo.

sábado, 6 de febrero de 2016

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SCI-FI

Lo poco que sabíamos era que el tren no se detendría nunca y que marcharía a una velocidad constante. Y que era un experimento científico en el cual accedimos a participar. Éramos, lo que se dice, ratones de laboratorio. Nos inyectaron algo en el brazo antes de subir, nos dieron las últimas indicaciones y hasta pronto. No teníamos nada que perder y, tal vez, pudiéramos ganar algo. No sé, el peso de una experiencia. Ser los primeros hombres en el mundo a los que les ocurrió tal o cual cosa. Por lo pronto siempre me gustó viajar en tren.
Con La Giganta recorríamos los vagones sin llegar jamás a uno de los extremos. Parecía ser una formación infinita. Dormíamos donde nos daba la gana y cogíamos donde nos daba la gana. A mí me gustaba en un camarote amplio frente a una ventanilla que mostraba campos y ciudades, amaneceres y atardeceres. Sucesivos. Discontinuados.     
Una vez pasamos, bordeando unas montañas de basura, entre el humo, por un lugar reconocible. Vimos un auto estacionado con una pareja haciendo el amor. Esas imágenes, si bien tenían el peso de un recuerdo, eran como de una memoria ajena. Era como si alguien nos hubiera contado algo y lo hubiéramos hecho propio. Recordábamos cosas nunca vividas. Pasaba el tiempo. Encaramos una llanura interminable. Por la noche la oscuridad era total salvo por unas fogatas esparcidas con la silueta de personas alrededor. Supuse que eran nómades acampando. Había perdido a La Giganta y buscándola me crucé con un negro desnudo. Claramente un mal negocio. Nos miramos afectuosos y seguimos cada uno su camino. Me quedé con la sensación de haber cruzado a un hermano. Un desconocido hermano negro. Seguí avanzando, muchas horas. Fue oscureciendo y solamente iluminaban algo las hogueras que aparecían intermitentemente. Estaban cada vez más cerca de las vías. Me arrimé a una ventanilla y pude sentir el calor de las llamas. Vi de pasada a una petisa que me miró con un solo ojo. Vi a alguien que se parecía mucho a mí. En eso estaba cuando desde el vagón contiguo escuché el gruñido de un perro.