85
EL LORO CONTANDO EL CHISTE DEL LORITO
Al detective lo visitan todas las noches. Llegan como si
fueran tías ajenas un día después de su cumpleaños. Le traen regalos porfiados.
Reyes magos que le dejan malos dones. Unos guantes de box que le arruinarán la
vida luego de 6 peleas todas perdidas y un rostro monstruoso para esa rubia que
lo abandona en un remís. Un caballo negro frenético robado a Gómez, el granjero,
y dos tiros en la espalda. El tatuaje de una duenda hermosa que un día se
ahogará en un desagüe. Cosas así. Cosas como esas.
Un hueso de ratón mordisqueado. Un patio al que no se puede
regresar. El detective los apila, uno arriba de otro. Para él son pistas, solo
eso. Datos descifrables. La tanguita fucsia de una piba violada en las montañas
de basura. Las tías toman té, un té nocturno. Y le hablan de lo difícil que es
ser tías en las épocas que corren, tan esquivas. Revuelven el té como si fuera
sopa. Y tejen algo inentendible. El peor de todos los regalos, piensa el
detective. Y las tías revuelven la sopa y tejen y le cuentan de épocas mejores
y el detective trata de descifrar, de escuchar diagonalmente, de no caer en la
trampa. De no escuchar al loro contando el chiste del lorito. El detective
encuentra algo ahí. Una tía vuelca la sopa y las letras se acomodan en el piso
y el detective lee: GIL.
Las tías ríen como locas y la noche se retuerce.