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CREPUSCULAR
El arroyo Las Catonas, que está hecho de aguas y gemidos,
cruza a González Patán por la mitad como una cicatriz que habla. Las cicatrices
resguardan una historia. Y merodean una verdad sin llegar a serla. El arroyo
Las Catonas se pierde hacía un lado y se pierde hacía el otro. Y nosotros lo
cruzamos como si fuéramos una cicatriz en movimiento. Con La Petisa somos, nos creemos,
una cicatriz en el mundo. El tiempo, que todo lo cura, no cura nada. Lo sabemos
y por eso amamos la velocidad de los caballos veloces. El tiempo lo único que
hace es enfermarnos y la velocidad hace que todo lo demás transcurra lento. González
Patán es una ciudad crepuscular y eso nos encanta. Andarla a caballo. Como si
montáramos el caballo que se monta a la ciudad. La velocidad de los animales
negros, le empiezo a decir a La Petisa. Y
ya me mira con su único ojo, con su guiño permanente. Animales anochecidos, le
digo, y ya sus manos se me van trepando al cuerpo como si yo fuera una pared.
Sabanas negras, le digo, sábanas negras colgando en el patio de un burdel. A La Petisa le encanta la mala
poesía. Sábanas negras colgando en el patio de un burdel movidas por el viento.
Sábanas negras mojadas por la llovizna fina y ligera. Ondulando, las sábanas.
Negras y mojadas las Sábanas negras. Negras y más negras, como las aguas del
arroyo Las Catonas. Y gemidos.
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