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EL PISO DEL MAR
Ese barco esclavista lleva a un chico. 12 años, hijo del
cocinero principal. Le fascinan y aterran esos negros. Demonios terrestres,
criaturas de una naturaleza extraña. El chico recorre la nave. Desciende las
escaleras. Espía a los príncipes Dahomey. Es testigo del castigo que reciben.
Escucha los lamentos del resto de los negros. La noche infinita del Atlántico
le habla. Le susurra que baje al subsuelo. Los negros cantan en el idioma de
las negras. El chico persigue al ratón fosforescente. El ratón relampaguea
escaleras abajo. Brilla en el final de un mundo podrido. Al costado de la bodega,
en un lodo hipnótico el chico cae en la red. La red es invisible pero real. La
viejita es visible pero irreal. Así, con esos dientes de pescado. Así, con esos
pelos que modulan el principio de los tiempos. El chico cae en los ojos de la
vieja y caerá para siempre. Ya nunca crecerá ni morirá. Y cuando grita
solamente grita moscas. El grito del chico, una mosca negra, vuela hasta la
cubierta y planea sobre las aguas. Se aleja del barco. Vuela hasta que ya no
puede más y después cae. La mosca se ahoga, el grito sigue gritando en el piso
del mar.
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