jueves, 21 de julio de 2016

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EL JUNTA-PERROS


Y un día el tren que nunca se detiene se detuvo. Porque así son las cosas. Y bajamos y nos fuimos viendo y nos fuimos juntando. Caminamos hasta donde estaban acampando los primeros nómades y nos transformamos en nómades. Y nunca entendimos qué pasó o qué fue todo eso del tren. Pero no es necesario andar entendiendo todo. Ahora éramos nómades y éstos simplemente marchan. Para delante. De una fogata a la siguiente. Y así. Hasta que una fogata sea la última. Cuando llegó el invierno, la primera noche de invierno, me dormí y cuando desperté recorría las montañas de basura con La Giganta. Hablamos del Dogo y una pieza de hospital. De un disparo en el costado. De la bruma y de unos chicos escapando en bicicleta de la policía. Hablamos del pac-man negro, su tatuaje perdido. Llegábamos al cuadrante 16 del centro de las montañas de basura cuando lo vimos: el junta-perros empujaba la carretilla en contraluz a lo lejos. Alto y flaco, vestido con harapos. El junta-perros a eso se dedica. Lo seguimos y nos acercamos. El junta-perros, dejó la carretilla y escarbó en la basura. Arrastró algo, una pata, y apareció el cadáver de un perro a la mitad. Lo subió a la carretilla y siguió su camino. Un perro muerto lo llevaba hacia el siguiente. Como una fogata conduce a la otra. Siguiendo de cerca al junta-perros por el túnel 64 del interior de las montañas de basura me desperté temblando de frío. Los nómades dormían y la hoguera se había apagado, pero eso no importaba. La Giganta estaba persiguiendo sola al junta-perros.    

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