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YACARÉ
Yacaré, Corrientes, era un poblado fantasma. Una aldea en
ruinas asediada por pantanos y todas calles,
barrosas, dando a una ciénaga. Las casitas mudas igual que la plaza principal.
La iglesia desmoronada con la mitad del campanario hundido en el fango. Dejamos el Dodge 1500 bajo un árbol
artrítico y ensimismados recorrimos el lugar. El brujo nos guiaba. Parecía
aturdido. Como si estuviera buscando explicaciones en un sueño soñado hacía un
millón de años. Cada tanto aparecían huellas desconocidas, profundas, afiladas.
Exclusividades de esta patria, de este polo magnético de Nana Borokúm. Vimos un
yacaré azulado haraganear bajo un arbusto. El brujo se le acercó e intercambiaron
opiniones. Hicimos una fogata pegada a unas vías y nos dispusimos a pasar la
noche. El Negro, inquieto, miraba de reojo al yacaré. El Bizco tocaba una
canción gitana en la guitarra y El Saxofonista cocinaba unas batatas. Con La Giganta fuimos a dar una
vuelta. Caminamos en silencio, de la mano. A salvo de todo ¿pero a salvo de
qué?
Detrás y al fondo de muchas cosas, en la oscuridad total que
permanece cuando ya no queda nada, vimos a una tortuga gigante. Reconocimos a la
tortuga que sostiene al mundo. Descansaba respirando quieta en la penumbra. Y supimos
que hay momentos en que al mundo no lo sostiene nadie.