viernes, 19 de febrero de 2016

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ZAIRE MONOBLOCK


Íbamos a buscar respuestas al Zaire monoblock. Un complejo habitacional titánico construido años atrás por un gobierno popular, ahora en desuso por peligro de derrumbe. Íbamos a buscar respuestas similares a preguntas torcidas, a definiciones oblicuas, a puntos suspensivos que incluyeran una explicación. Eran diez pisos de peligrosidad y tristeza. Eran diez pisos, cuatro nudos, un pantano derivando en las montañas de basura y un arroyo entubado y desentubado, a cielo abierto, espejeando la noche miserable y bella, oliendo a animales muertos y a peces inexistentes. Íbamos, pero iba yo solo, pero siempre íbamos. El brujo nos conducía desde una guerra anterior, perdido en la maleza. Y cruzamos la puerta de entrada y una sirena muda se disparó denunciándonos. Desde el subsuelo se desprendía un vaho que delataba a un zoológico en estado terminal. La penumbra perpetuaba humedades del otoño largo, sulfatado. Una enredadera se extendía tumoral desde el hueco del ascensor y recorría la arquitectura levantando la losa y agrietando los cimientos. Una metástasis de la naturaleza resentida que tarde o temprano devoraría esta capital, esta embajada de todo lo fallido. Un paredón decía algo sobre personas que desconocíamos. Prometía una venganza. Avanzábamos lentamente como si fuéramos una oración dicha sin prisa. Al fondo del corredor principal, un patio y un niño esparciendo puñados de moscas para alimentar a las gallinas. Una maldición que actuará mil años. Doblamos por un recodo y leímos en  un cartel rutero: BIENVENIDOS A YACARÉ, CORRIENTES. Al fin, pensé. Había sido un viaje largo.

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