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ZAIRE MONOBLOCK
Íbamos a buscar respuestas al Zaire monoblock. Un complejo
habitacional titánico construido años atrás por un gobierno popular, ahora en
desuso por peligro de derrumbe. Íbamos a buscar respuestas similares a
preguntas torcidas, a definiciones oblicuas, a puntos suspensivos que incluyeran
una explicación. Eran diez pisos de peligrosidad y tristeza. Eran diez pisos,
cuatro nudos, un pantano derivando en las montañas de basura y un arroyo
entubado y desentubado, a cielo abierto, espejeando la noche miserable y bella,
oliendo a animales muertos y a peces inexistentes. Íbamos, pero iba yo solo,
pero siempre íbamos. El brujo nos conducía desde una guerra anterior, perdido
en la maleza. Y cruzamos la puerta de entrada y una sirena muda se disparó
denunciándonos. Desde el subsuelo se desprendía un vaho que delataba a un
zoológico en estado terminal. La penumbra perpetuaba humedades del otoño largo,
sulfatado. Una enredadera se extendía tumoral desde el hueco del ascensor y
recorría la arquitectura levantando la losa y agrietando los cimientos. Una
metástasis de la naturaleza resentida que tarde o temprano devoraría esta
capital, esta embajada de todo lo fallido. Un paredón decía algo sobre personas
que desconocíamos. Prometía una venganza. Avanzábamos lentamente como si
fuéramos una oración dicha sin prisa. Al fondo del corredor principal, un patio
y un niño esparciendo puñados de moscas para alimentar a las gallinas. Una
maldición que actuará mil años. Doblamos por un recodo y leímos en un cartel rutero: BIENVENIDOS A YACARÉ,
CORRIENTES. Al fin, pensé. Había sido un viaje largo.
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