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SCI-FI
Lo poco que sabíamos era que el tren no se detendría nunca y
que marcharía a una velocidad constante. Y que era un experimento científico en
el cual accedimos a participar. Éramos, lo que se dice, ratones de laboratorio.
Nos inyectaron algo en el brazo antes de subir, nos dieron las últimas
indicaciones y hasta pronto. No teníamos nada que perder y, tal vez, pudiéramos
ganar algo. No sé, el peso de una experiencia. Ser los primeros hombres en el
mundo a los que les ocurrió tal o cual cosa. Por lo pronto siempre me gustó
viajar en tren.
Con La
Giganta recorríamos los vagones sin llegar jamás a uno de los
extremos. Parecía ser una formación infinita. Dormíamos donde nos daba la gana
y cogíamos donde nos daba la gana. A mí me gustaba en un camarote amplio frente
a una ventanilla que mostraba campos y ciudades, amaneceres y atardeceres.
Sucesivos. Discontinuados.
Una vez pasamos, bordeando unas montañas de basura, entre el
humo, por un lugar reconocible. Vimos un auto estacionado con una pareja
haciendo el amor. Esas imágenes, si bien tenían el peso de un recuerdo, eran
como de una memoria ajena. Era como si alguien nos hubiera contado algo y lo
hubiéramos hecho propio. Recordábamos cosas nunca vividas. Pasaba el tiempo.
Encaramos una llanura interminable. Por la noche la oscuridad era total salvo
por unas fogatas esparcidas con la silueta de personas alrededor. Supuse que
eran nómades acampando. Había perdido a
imagino que ese negro desnudo es un personaje que conocemos y sumidos en la lisergia de la giganta uno no se da cuenta
ResponderEliminarLee toda la saga
EliminarEso. Tal cual.
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