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Las canciones no salían, daba la sensación de que El bizco
estaba componiendo con una guitarra sin cuerdas. El negro en vez de tocar la
batería le rezaba a una araña aplastada en una calle que comenzaba en la vía
muerta y concluía en las montañas de basura. El saxofonista intentaba hacer
música frotando dos piedras. Y yo, bueno, servía las bebidas mientras soñaba a
una giganta que pesadilleaba conmigo. Me estaba transformando en un linyera.
Tenía el living -la sombrita de un Ceibo- en la avenida de los camiones que
nunca se detienen. Esa avenida con dos direcciones, una que te salva y la otra
que te condena. Pero a mí me condenaban las dos. Me quedaba un solo billete. De
un lado era de 100 pesos y del otro la entrada de un circo. Cada día lo sacaba
del bolsillo y lo miraba buscando nuevas posibilidades. En vano, siempre esos
100 pesos invalidados por un circo. Y acá estoy: una moneda de cartón arrojada
al aire, girando y girando. Una cubetera en un refrigerador desenchufado. Pero
pronto algo iba a mejorar. Quiero decir: también se mejora para peor.
GENIAL,sencillamente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bueno, viendo que esto empezó antes de que me entere...:) me lo acabo de copiar en word, para leerlo tranquila. las delicias se disfrutan mejor enteras y completas. Yo empecé por la mitad, ponele... Y esto pinta muy bien...Abrazo y Gracias. Luego le cuento.
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