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VELOCIRAPTOR II
Cruzamos el puente de Zárate y vuelvo a ver al velociraptor.
Corre a la par del Dodge, entre los pastizales. Está empapado como si hubiera
cruzado nadando El Paraná. Es un destello verde, marrón, azulado que se mueve a
los saltos, pegando zancadas, somos una presa que todavía no necesita pero que
al mismo tiempo necesitará. Quisiera que el brujo acelere pero los brujos hacen
brujerías, no milagros. Van charlando con El negro. El negro parece relajado y
eso me tranquiliza un poco. A veces soy un fatalista. Después de todo no es más
que un velociraptor, un reptil antediluviano, persiguiendo las huellas de un
Dodge conducido por un brujo. De copiloto ni más ni menos que un negro cubierto
con una túnica, de mierda, al que le gusta ponerse en bolas en homenaje a una
deidad afroamericana. En el asiento trasero un saxofonista y un bizco. Y una
giganta y yo: un linyera que no termina de saber si todo esto está pasando o
simplemente delira bajo un ceibo en la
avenida de los camiones que nunca se detienen.
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