sábado, 26 de diciembre de 2015

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VELOCIRAPTOR II


Cruzamos el puente de Zárate y vuelvo a ver al velociraptor. Corre a la par del Dodge, entre los pastizales. Está empapado como si hubiera cruzado nadando El Paraná. Es un destello verde, marrón, azulado que se mueve a los saltos, pegando zancadas, somos una presa que todavía no necesita pero que al mismo tiempo necesitará. Quisiera que el brujo acelere pero los brujos hacen brujerías, no milagros. Van charlando con El negro. El negro parece relajado y eso me tranquiliza un poco. A veces soy un fatalista. Después de todo no es más que un velociraptor, un reptil antediluviano, persiguiendo las huellas de un Dodge conducido por un brujo. De copiloto ni más ni menos que un negro cubierto con una túnica, de mierda, al que le gusta ponerse en bolas en homenaje a una deidad afroamericana. En el asiento trasero un saxofonista y un bizco. Y una giganta y yo: un linyera que no termina de saber si todo esto está pasando o simplemente delira  bajo un ceibo en la avenida de los camiones que nunca se detienen.  

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