miércoles, 6 de enero de 2016

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AJEDREZ

Lo que había empezado como una defensa siciliana, termina en un atraco, en una carnicería, en un robémonos el fuego. No paraba de llover por la banda lateral y los peones se arrastraban en el barro. Una pieza centralizada ilumina, desconocida, bajo el único árbol del tablero. Uno artrítico, en contraluz. Enfermo. Ninguna guerra fue más triste. La Reina deja caer su ropa. Así y todo ninguna guerra fue más triste. Un alfil negro apaga el cigarrillo con los dedos. Y El Rey, el medieval, el Dios chiquito, sigue el rastro de la ropa por el piso hasta la alcoba. Las piernas de La Reina son dos ríos hondos. Una torre se desmorona y varios peones blancos mueren aplastados. Otro caballo agonizante. La Reina va desvistiendo a El Rey, quien tiene todo lo necesario para serlo. Cuando le agarra la pija, La Reina se transforma en rey por un segundo. Cruza la rata, la sombra bubónica, los salones internos de la fortaleza…

…y así siguen hablando los tatuajes en la espalda de La giganta, bajo la ducha. Le paso el jabón por la nuca cuando se levanta el pelo. Nada mejor que ducharse en un baño desconocido. Nada mejor que bañar a La giganta en un hotelcito rutero. Nada mejor que estar acá y encontrarme a mí mismo en los dibujos. Verme en esa guerra ajena, en ese reino que cae mientras sus reyes cogen: soy ese, ¿no ven? el que está meando, impávido, sobre una de las murallas externas del castillo.         

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