36
AJEDREZ
Lo que había empezado como una defensa siciliana, termina en
un atraco, en una carnicería, en un robémonos el fuego. No paraba de llover por
la banda lateral y los peones se arrastraban en el barro. Una pieza
centralizada ilumina, desconocida, bajo el único árbol del tablero. Uno
artrítico, en contraluz. Enfermo. Ninguna guerra fue más triste. La Reina deja caer su ropa. Así
y todo ninguna guerra fue más triste. Un alfil negro apaga el cigarrillo con
los dedos. Y El Rey, el medieval, el Dios chiquito, sigue el rastro de la ropa
por el piso hasta la alcoba. Las piernas de La Reina son dos ríos hondos. Una torre se desmorona
y varios peones blancos mueren aplastados. Otro caballo agonizante. La Reina va desvistiendo a El
Rey, quien tiene todo lo necesario para serlo. Cuando le agarra la pija, La Reina se transforma en rey
por un segundo. Cruza la rata, la sombra bubónica, los salones internos de la
fortaleza…
…y así siguen hablando los tatuajes en la espalda de La
giganta, bajo la ducha. Le paso el jabón por la nuca cuando se levanta el pelo.
Nada mejor que ducharse en un baño desconocido. Nada mejor que bañar a La giganta
en un hotelcito rutero. Nada mejor que estar acá y encontrarme a mí mismo en
los dibujos. Verme en esa guerra ajena, en ese reino que cae mientras sus reyes
cogen: soy ese, ¿no ven? el que está meando, impávido, sobre una de las
murallas externas del castillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario