lunes, 18 de enero de 2016

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FAR WEST

La noche del desierto nos recibe magnética, imantada. Hace ya tres días cruzamos el  Río Bravo y cuando amanezca, si los cálculos no fallan, nuestra carreta llegará a González Patán, Texas. Beso la boca de La petisa contándole esta versión de lo que nos está ocurriendo. Somos Los Mohicanos y tenemos que tocar el jueves en El Riñón, el cabaret de las pecosas. Las pecosas son tres hermanas pecosas. Son las tres putas más lindas del universo. Estar con ellas cuesta un ojo de la cara. González Patán tiene, según el último censo, un 40% de su población masculina tuerta. Tuerta y feliz. El Negro le da a las riendas, el tiempo se acelera y estamos en nuestra habitación del primer piso del cabaret. El Bizco duerme, El Saxofonista limpia su instrumento: un violín. El Negro, en bolas, plancha su túnica. Una túnica blanca, de mierda, que siempre se pone. Y yo miro a La Petisa que está mirando a El Negro mientras pinta sus uñas de verde. Con nosotros vino también un brujo, pero no queda claro para qué. Optamos por no prestarle atención y él hace lo mismo con nosotros. Pasamos la tarde como moscas pegadas a un vidrio. Se hace de noche y antes de salir al escenario La Petisa me dice que si termino la noche con un ojo menos me pega un tiro. Me muestra la pistola. La chupa con la punta de la lengua. Qué petisa divina.
El salón está en completa oscuridad salvo el escenario que está iluminado por unas luces rojas, amarillas. Nos presenta un tipo gordo y tuerto. Y ahí nomás empezamos con nuestras rancheras. Canto sobre el viento de la llanura. Sobre un espíritu. Sobre el  destino con forma de araña culona. La gente aplaude y baila. En el intervalo me acerco a la barra y un parroquiano, al que le faltan los dos ojos, me invita un trago. Me dice que el gran problema de su vida fue haber tenido dos ojos nomás. Y que las pecosas sean  tres. Le pregunto si realmente valió la pena. Me dice que sí. Que ahora simplemente espera que le crezca un ojo en algún lado, me dice y larga una carcajada. El ciego feliz. Pienso en el tercer ojo, el de la sabiduría. Me recorre un escalofrío cuando veo a una mujer altísima subir las escaleras, seguida por un perro blanco, rumbo a las habitaciones. Algo mareado trepo al escenario y terminamos nuestro show. El Negro se desnuda y alguien tira un tiro y las putas exclaman como si hubieran visto a Cristo. A Cristo desnudo. Después de eso cada uno busca su aventura. A las pecosas no las voy a describir porque con el lenguaje no se puede.    
Fue una noche rara. Lo poco que recuerdo es que, sin motivo aparente, le pegué un tiro al perro blanco que había visto subir junto a la mujer altísima. Un tiro en el costado.

Al amanecer huíamos de González Patán. Después de aquel viaje a La Petisa también le decimos La Tuerta.

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