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DEAD
Con El bizco al volante cruzamos la llanura. Es mediodía,
hace calor y todos duermen. Incluyendo a El bizco. La curva nos esquiva y el
Dodge sigue de largo. A los tropezones, rebotando como una pelota de basket, se
mete a toda marcha entre el ganado. Una oveja traspasa el parabrisas y aplasta
la cabeza del brujo. El negro se muere enroscado en la túnica, semidesnudo y
Nana Borokúm lo espera, ansiosa, hambrienta, en el infierno. La giganta muere
de a poco, como si estuviera soltando lentamente, a disgusto, algo. El pelo en
la cara. El cuello roto. El saxofonista salió disparado por la ventanilla y
ahora es un muñeco enredado en los cardos. En unas horas vendrá un pájaro negro
y le comerá los ojos. Pero eso no puedo saberlo porque ya estaré muerto para
entonces. El sueño de Las momias triturado en un Dodge entre el ganado ovino.
¿Qué mal le hicimos al mundo? Si solamente éramos una pequeña banda de
hard-rock. No nos merecíamos este final. Pero la pradera no discrimina a los
buenos de los malos. La tierra no tiene contemplación. El bizco está maldito.
Se me entrecierran los ojos cuando veo a mi araña, la negrita culona, salir del
auto. Se aleja bajo el sol a esconderse en un agujero. Por la noche cenará
bichitos provincianos. Una lágrima se me traba en el ojo y cuando empiezo a
morir veo que estamos nuevamente en carrera cruzando el puente de Zárate. Como
si fuera un juego y hubiéramos retrocedido cien
casilleros. Esto es joda, pienso antes que vos. Pero estoy contento. La
muerte nunca es una opción.
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