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MOSCAS
Llegamos a Yacaré, Corrientes, a la tarde. Un lindo poblado,
bordeando los esteros. Nos recibió un gentío que iba y venía por un parquecito
de diversiones. La calesita giraba lenta como una ruleta empastillada. Cinco o
seis cerdos en un chiquero y un corral vacío. Dejamos el Dodge 1500 bajo un
árbol artrítico y recorrimos el lugar. Nos llamó la atención un chico
esparciendo moscas para alimentar a las gallinas. Estas se arremolinaban
pegando saltitos, vuelos cortos, para atraparlas con el pico. El chico se
divertía, las gallinas no tanto y las moscas decididamente no. Las moscas
tenían ciertos rasgos humanos. Parecían pequeñas y oscuras caritas con alas.
Más allá del detalle todo era tan normal que aburría. El chico se sumó, sin
decir palabra, a nuestro grupo y seguimos la marcha. Nos había costado más de
la cuenta llegar a destino y estábamos agotados. Esa misma noche teníamos que
tocar en el casamiento de la hermana ciega del brujo sacerdote del templo Nana
Borokúm. El brujo dejó de sonreír cuando nos dijo que estábamos en guerra. El
chico nuevo parecía saber más de lo que aparentaba.
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