martes, 15 de marzo de 2016

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MINOTAURO

Volando bajo pasan los camiones por la Ringo Bonavena. La avenida de los camiones que nunca se detienen. Quiero que las cosas permanezcan simples por un rato. Que una cosa sea una cosa, aunque nunca una cosa es simplemente esa cosa. Y así pasan la F100 chocada hace diez años; el Scania 111 distante rey de esta selva; los acoplados, los semis, el Citroen mutante. Así pasan rumbo Norte-Sur tras una estrella que también está de paso. La avenida se hunde en la tierra y el asfalto se agrieta y los transportes que unen la noche y el camino y una dirección y la otra como si con un hilo invisible estuvieran zurciendo esta geografía rota.  
Algún otro animal, La Carlita, la quinta hija de El negro con su segunda mujer, la reina del gang bang, viene cruzando. Como si estuviera viva. Como si nunca hubiera aparecido flotando en las montañas de basura. Siniestra y hermosa. Con rastros de un semen enfermo, con mordidas en los pezones y en los labios. Con el pelo una medusa morocha ardiendo entre los desperdicios, con la mini subida a la cintura con la tanguita fucsia baja. Alimento balanceado para el monstruo. Fast-food para el minotauro que jadea y resopla y se esconde y aparece. Encontraron a un chico sentado en una lata junto a ella. Y muchas moscas, raras, raras hasta para que estén merodeando un cadáver en las montañas de basura.

Y la Carlita pasa, linda, como si estuviera viva, desfilando por la Ringo Bonavena. Esta pasarela de piedra gris y agua estancada y luceríos como una aparición fuera de moda.  Y El Negro no la ve porque sin que lo sepamos alguien nos cuida y nos oculta los fantasmas. 

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