miércoles, 10 de agosto de 2016

71

PERROS PARTIDOS


La Giganta nunca fue muy buena para esconderse. Cosa que le pasa a todos los gigantes. Pero se escondía, se mimetizaba con la basura. Adquiría formas nuevas, cambiaba su color. Se escurría. Se esfumaba. Iba detrás del Junta-perros. Se internaban más y más en las montañas de basura como un bocadillo bajando la garganta. La tarde  se iba pareciendo a un moretón perfilándose al morado de la noche. Todos los brillos eran rojizos destilando una alarma. El filo de las latas, el filo de los charcos. Estaban en el centro arterial de las montañas de basura, debajo del Aconcagua de González Satán. Basura de antaño acumulada, la basura de la basura. Los restos de todo lo que ya sobraba. Una forma de existir estando de más en el mundo. Y ahí estaba La Giganta, la parpadeante, persiguiendo al junta-perros por las cuevas. Chillan los chimangos, pájaros  de los desperdicios. Y se responden como si llevaran una clave, los números que se esconden en los pájaros. El junta-perros se introduce por el caño que desemboca a varios kilómetros en el arroyo Las Catonas, que está hecho de agua y maldiciones. La Giganta lo sigue a la distancia. Ya no se ve nada solamente los ojitos amarillos de algo. Chirría la carretilla y cruza la rata la bubónica reina del país de la rabia. La trampa del junta-perros es no esperarla. Eso lo sabemos nosotros pero La Giganta no, y entonces sigue.

No hay comentarios:

Publicar un comentario