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MALDITA DUENDA
La Giganta
sigue, como si fuera un satélite encorvado de este basural, apenas cabiendo en
el caño. El junta-perros es solamente un sonido a la distancia. A veces la
oscuridad tiene pozos de oscuridad profunda. Susurran las maldiciones del arroyo
Las catonas que se empiezan a escuchar. Aguas y maldiciones. Maldito Dios.
Maldito brujo. Diablo maldito. Madre maldita, padre. Hijos malditos. El amor es
una maldición maldita. Él maldito, ella. Tiempo y espacio están malditos.
La Giganta
avanza con el agua a la cintura, pero está tan encorvada que tiene la cabeza
también en la cintura. Algunos tatuajes empiezan a ahogarse, otros escapan,
traicionando. La Giganta
avanza porque los héroes no tienen más remedio que avanzar. Agua maldita, túnel
maldito. El pelo se le enrosca, mojado, babeante. El arroyo Las catonas sabe a
tristeza. Al azúcar de la amargura. A maldiciones frescas y a maldiciones
podridas. A lágrimas sucias a muerte joven. A insectos a fósiles a promesas
incumplidas. A autos hundidos a caballos viejos. La duenda, el tatuaje que vive
en el pecho izquierdo de La
Giganta, salta y nada. Se aleja. Maldita duenda, duenda
maldita.
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