jueves, 11 de agosto de 2016

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MALDITA DUENDA

La Giganta sigue, como si fuera un satélite encorvado de este basural, apenas cabiendo en el caño. El junta-perros es solamente un sonido a la distancia. A veces la oscuridad tiene pozos de oscuridad profunda. Susurran las maldiciones del arroyo Las catonas que se empiezan a escuchar. Aguas y maldiciones. Maldito Dios. Maldito brujo. Diablo maldito. Madre maldita, padre. Hijos malditos. El amor es una maldición maldita. Él maldito, ella. Tiempo y espacio están malditos.

La Giganta avanza con el agua a la cintura, pero está tan encorvada que tiene la cabeza también en la cintura. Algunos tatuajes empiezan a ahogarse, otros escapan, traicionando. La Giganta avanza porque los héroes no tienen más remedio que avanzar. Agua maldita, túnel maldito. El pelo se le enrosca, mojado, babeante. El arroyo Las catonas sabe a tristeza. Al azúcar de la amargura. A maldiciones frescas y a maldiciones podridas. A lágrimas sucias a muerte joven. A insectos a fósiles a promesas incumplidas. A autos hundidos a caballos viejos. La duenda, el tatuaje que vive en el pecho izquierdo de La Giganta, salta y nada. Se aleja. Maldita duenda, duenda maldita.

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