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MARIACHIS EN EL ACANTILADO...
Mi itinerario era el siguiente: del bar El hígado hasta la
salita de ensayo de la calle Persia, frente al lagañoso hotel París. De ahí,
dependiendo del ánimo, visitaba a unos mariachis de El acantilado. El
acantilado es la villa más grande de González Satán, lindera a las montañas de
basura. Los mariachis, como su nombre lo indica, son unos gordos caracterizados
que hacen música mexicana. Unos mierdas, la verdad. Pero aparte de destruir
orejas también atentan contra las voluntades: son transas. Venden una cosa
cortada que los convierte, más que en transas, en estafadores. Pero El
saxofonista tenía una teoría (que no sé de dónde habrá salido) que decía que
todo lo existente era imperfecto y tenía su versión ideal en otro mundo, el
mundo de las ideas. Lo que yo entendí fue que en nuestro mundo todo está
cortado, rebajado. Por ejemplo: está mi mujer pero también existe mi mujer
ideal e inalcanzable. Y esa nunca me hubiera olvidado. Estamos Las momias y
también Las momias que afinan y todo. Los camiones que se arrastran por la Ringo Bonavena y los otros
camiones, deslizándose por autopistas como si patinaran sobre hielo. El bizco nuestro
y El bizco ajeno que, por ejemplo, fue al conservatorio. Una parrillada sin
molleja y una parrillada con molleja. La falopa que tiran los mariachis del
acantilado y la que esnifa Dios con el billete de un millón de dólares.
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