jueves, 29 de octubre de 2015

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MARIACHIS EN EL ACANTILADO...


Mi itinerario era el siguiente: del bar El hígado hasta la salita de ensayo de la calle Persia, frente al lagañoso hotel París. De ahí, dependiendo del ánimo, visitaba a unos mariachis de El acantilado. El acantilado es la villa más grande de González Satán, lindera a las montañas de basura. Los mariachis, como su nombre lo indica, son unos gordos caracterizados que hacen música mexicana. Unos mierdas, la verdad. Pero aparte de destruir orejas también atentan contra las voluntades: son transas. Venden una cosa cortada que los convierte, más que en transas, en estafadores. Pero El saxofonista tenía una teoría (que no sé de dónde habrá salido) que decía que todo lo existente era imperfecto y tenía su versión ideal en otro mundo, el mundo de las ideas. Lo que yo entendí fue que en nuestro mundo todo está cortado, rebajado. Por ejemplo: está mi mujer pero también existe mi mujer ideal e inalcanzable. Y esa nunca me hubiera olvidado. Estamos Las momias y también Las momias que afinan y todo. Los camiones que se arrastran por la Ringo Bonavena y los otros camiones, deslizándose por autopistas como si patinaran sobre hielo. El bizco nuestro y El bizco ajeno que, por ejemplo, fue al conservatorio. Una parrillada sin molleja y una parrillada con molleja. La falopa que tiran los mariachis del acantilado y la que esnifa Dios con el billete de un millón de dólares.   

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