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Cuando ya estaba convencido de que los dioses de El negro
eran dioses rarísimos, recordé al Dios más común y a su hijo, ese flaquito de
barba como pibe de este barrio, ese que hacía levantar y andar a un tal Lázaro
cuando le daba la gana y que fue crucificado y resucitado y llevado al cielo.
Eso era bastante raro, también. Más si pensamos que en la misa de domingo
todavía se comen su cuerpo y se beben su sangre. Y todo con una naturalidad que
abruma. Todo eso de Nana Borokúm ya no suena
tan extraño.
El saxofonista me dijo una vez que no le parecía milagroso
que el hijo de Dios haya resucitado, después de todo era el hijo de Dios, ¿no?
Milagroso hubiera sido que resucite la mujer del carnicero de la esquina o ya
que estamos y podemos elegir que resucite La Carlita …
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