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TATUAJES
Nos encantaba fumar porro y esperar que pase el tren. La vía
muerta cruzaba los confines de González Satán y pasaba una locomotora de tanto
en tanto. Antaño, cuando esos durmientes estaban con vida, los vagones cargueros desfilaban
hasta dos o tres veces por día. Ahora, si teníamos suerte, podíamos ver pasar
un tren de carga por semana. Para eso íbamos: para ver si teníamos suerte. La
giganta y yo. Me llevaba en su auto, estacionábamos a la sombra del páramo, por
donde no iba nadie, y fumábamos y dejábamos que el tiempo corra como un galgo
cansado. La besaba y le levantaba la remera para mirar esos pechos tatuados. Me
la subía encima y era como cogerse a un dibujo. Cada vez que sentía eso pasaba
el tren.
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