viernes, 27 de noviembre de 2015

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LA NEGRA CULONA


Mientras iba detrás de mi araña personal pensaba en varias cosas: en mi ex-mujer, en Ozzy (el gato del que no me pude despedir cuando me separé), en el sueño que tuve con El bizco tocando la guitarra en las montañas de basura, en mi abuela y nuestra casa en llamas, en El negro y en cómo nos había convencido para realizar esta ¿experiencia? con el brujo y las arañas. Pensaba en La giganta, en su cuerpo tatuado y por un momento fui feliz. Pasó la tarde y cuando me quise dar cuenta era de noche y la araña me había llevado hasta la plazoleta Solveig Amundsen. Un perro blanco, un dogo, merodeaba el monumento al cuco. El dogo levantó una pata y orinó la estatua. Después como que escarbó en la tierra y olisqueó desafiante. Paseó la vista,  una panorámica del barrio pobre, y se alejó al trote. Me acerqué al monumento y leí un nuevo nombre. Alrededor, como fósforos que se encienden, unos cien gatos se fueron haciendo visibles. Como una constelación. Como velitas en la torta de cumpleaños de un muerto. La negra culona no estaba por ninguna parte.

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